Época: arte islámico
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Siguientes:
La noche del destino
Medina, Kufa, Damasco

(C) Alfonso Jiménez Martín



Comentario

El "Dizionario Enciclopedico di Architettura e Urbanistica" define, en extensos artículos, una veintena de grandes movimientos arquitectónicos del pasado y uno actual (Moderno); el punto de partida de cada uno es una definición sintética en la que se esgrimen términos estilísticos, cronológicos o simplemente geográficos. Sin embargo, el inicio del artículo Islam es tan diferente que parece más propio de un diccionario de religiones: "Religione monoteisteica fondata da Maometto (m. 632 d. C.) in Arabia ed estessa successiuarnente in molti paesi". Con esto, y sin más, se da por sentado que el arte islámico queda caracterizado y, tras unas líneas dedicadas al recuento de los territorios implicados en el proceso, nos remite al Moderno como heredero de la arquitectura islámica.Esta rareza inicial ya nos advierte de uno de los rasgos distintivos de este movimiento, como es su carácter religioso casi exclusivo, y si analizamos alguna otra publicación sobre arte islámico, advertiremos otro detalle significativo: casi todo el esfuerzo que los musulmanes han dedicado a lo artístico ha estado dirigido a la arquitectura y su decoración.Así pues, no extrañará que iniciemos nuestro relato con una puesta en escena en la que la religión y la arquitectura, imaginaria ésta casi siempre, desempeñan papeles protagonistas. Los árabes preislámicos, de orígenes étnicos y lenguas semíticas diversas, se agrupan en tribus o qaba'il (singular qabila), asentadas en la periferia de la península (desde el Golfo Arábigo al Mar Rojo pasando los límites de lo que los romanos denominaron Arabia Petrea) o nómadas, repartidos en el interior desértico, quienes en la época que comenzamos a narrar, eran los únicos que recibían el apelativo de árabes; la primera había sido conocida por los viajeros clásicos y estuvo abierta a influencias griegas, egipcias e iraníes y siempre ostentó el ambiguo papel de servir de barrera y contacto con las tribus del interior. En la época que nos interesa destacaban por su personalidad dos regiones concretas: el actual Yemen, al Sur, asiento de antiguas culturas hidráulicas y más al Norte el Hiyza donde se asentaba La Meca, en torno al santuario de la Kaaba.Estos territorios no pertenecieron al Imperio romano, y tras la desaparición de éste como garante de la precaria estabilidad de la zona, estuvieron sometidas de forma intermitente a las potencias subsiguientes, ya procediesen del Norte, es decir Bizancio o Persia, o del Sur, pues la cristiana Etiopía jugó algún papel.A la atomización política correspondía una variedad de deidades locales de carácter fetichista y animista, identificadas algunas de ellas con las olímpicas más elementales, como es el caso de las tres diosas de la Kaaba, una parte de cuyo culto se centraba en la reunión anual de sus adeptos, que participaban en una procesión en torno a la Piedra Negra que presidía el santuario; éste estaba constituido por un sencillo cercado de escasa altura y planta trapezoidal, en cuyo interior se hallaba, además, el pozo de Zemzem. Bajo estas divinidades, locales o tribales, existía toda una legión de espíritus, genios y ogros asociados a elementos naturales y, sobre todos ellos, la vaga noción de un dios superior, difusa creencia intertribal, a la que no sería ajena la presencia de viajeros y colonias de extranjeros e indígenas cristianos, e incluso comunidades judías, que habían hecho prosélitos entre las etnias locales.Estos pueblos carecían de manifestaciones artísticas dignas de tal nombre, salvo lejanos recuerdos de temas provincianos de las culturas vecinas; esta laguna era notoria en el campo de la arquitectura, pues la liviana autoconstrucción de los campamentos nómadas y el escaso compromiso edilicio de sus incipientes empresas urbanas les permitió ignorar hasta la menor técnica constructiva.Aunque el primer documento de la literatura árabe es el propio Corán, hay noticias de formas orales que sólo bajo el Islam serían transcritas con los caracteres nacionales, derivados de un viejo silabario semítico; esta literatura, reducida a una poesía muy retórica, de rígida composición y rica expresión verbal, refleja un ideal hedonista, como contraste y meta de una vida real bastante dura, proponiendo intereses materiales en clave jactanciosa, ensalzando la guerra y la caza, la vida nómada, el vino y las hazañas amorosas, dentro de un magnánimo ideal de honor caballeresco ajeno a preocupaciones trascendentes. Entre sus recursos literarios contaron referencias a personajes míticos e históricos del patrimonio común de los pueblos del Cercano Oriente, a quienes atribuyeron los poetas preislámicos virtudes y hechos arquetípicos, entre los que se enumeraban proezas arquitectónicas, referidas casi siempre a palacios, pabellones, jardines, ingenios hidráulicos y máquinas del bíblico Salomón.